595 EL INFINITO EN UN JUNCO (FRAGMENTO) – IRENE VALLEJO
Nosotros, habitantes del siglo XXI, damos por hecho que todo el mundo aprende a leer y escribir en la infancia. Nos parece un conocimiento asequible, al alcance de cualquiera. Ni siquiera imaginamos que pueda haber entre nosotros personas analfabetas, como Hanna. Pero existen (670.000 en España, en 2016, según datos del Instituto Nacional de Estadística). Yo conocí a una. Fui testigo de su impotencia ante situaciones cotidianas como orientarse por la calle, encontrar el andén correcto de una estación, descifrar la factura de la luz —aunque me pregunto si alguno de los que sabemos leer entendemos el embrollo de las tarifas eléctricas—, dar con la papeleta escogida para votar o elegir un plato en un restaurante. Tan solo los lugares conocidos y las rutinas repetidas tranquilizaban su angustia ante un mundo en el que era incapaz de desenvolverse como los demás. Dedicaba un esfuerzo agotador a ocultar su condición de analfabeta —he olvidado las gafas en casa; ¿podría leerme esto? —, y esa necesidad de fingir acababa marginándola de las relaciones normales con los demás. Recuerdo sobre todo el desamparo, el repertorio de pequeñas mentiras necesarias para pedir ayuda a los desconocidos sin pasar vergüenza, la minoría de edad sin fin. En La ceremonia, el cineasta Claude Chabrol captó el lado oscuro e inquietante de esta silenciosa exclusión, mostrando la violencia reprimida de la protagonista, irónicamente llamada Sophie. Se basaba en una novela negra de Ruth Rendell, Un juicio de piedra, que describe la obsesión desesperada —y, al final, sangrienta— de una mujer analfabeta por proteger su secreto. Leemos más que nunca. Estamos cercados por carteles, rótulos, publicidad, pantallas, documentos. Las calles rebosan palabras, desde los grafitis de las paredes hasta los anuncios luminosos. Parpadean en los teléfonos móviles y las pantallas de los ordenadores. Textos en distintos formatos conviven con nosotros en nuestra casa como tranquilos animales de compañía. Nunca había habido tantos. Nuestros días están atravesados por continuas ráfagas de letras escritas y alarmas que anuncian su llegada.