489. FRAGMENTO DE FORTUNATA Y JACINTA – BENITO PÉREZ GALDÓS – ESCENA EN EL BALCÓN – CELOS DE JACINTA
Una noche, Jacinta llegó a tal grado su irritación por causa de los celos, de la curiosidad no satisfecha y de la forzada reserva, que a punto estuvo de estallar y descubrirse, haciendo pedazos la máscara de tranquilidad que ante sus suegros se ponía. Porque la peor de sus mortificaciones era tener que desempeñar el papel de mujer venturosa, y verse obligada a contribuir con sus risitas a la felicidad de don Baldomero y doña Bárbara, tragándose en silencio su amargura. Ya no le quedaba duda de que su marido entretenía, como se dice ahora, a una mujer, y de estos entretenimientos no tenían siquiera sospechas los bienaventurados papás. Sabía que la tarasca que le robaba su marido era la misma con quien tuvo amores antes de casarse, la madre del Pituso muerto, la condenada Fortunata que le había dato tantas jaquecas. Deseaba verla... Pero no; más valía que no la viera jamás, porque si la veía de fijo se le iba el santo al Cielo.
La noche a que Jacinta se refería, contando estas cosas, noche tristísima para ella por haber adquirido recientemente noticias fidedignas de la infidelidad de su marido, hubo en la casa gran alegría. Aquel día había entrado en Madrid el rey Alfonso XII, y don Baldomero estaba con la vuelta de la monarquía como chiquillo con zapatos nuevos. Barbarita también reventaba de gozo, y decía: «¡Pero qué chico más salado y más simpático!» Jacinta tenía que entusiasmarse también, poner cara de Pascua a todos los que entraron felicitándose del suceso.
Don Alfonso le resultaba antipático, porque su imagen estaba asociada a la horrible pena que la infeliz sufría. Aquella mañana fue con Barbarita a casa de Eulalia Muñoz, que vivía en la calle Mayor, a ver la entrada del Rey. Amalia Trujillo la tomó por su cuenta y la estuvo adulando antes de darle el gran susto. Hallábanse las dos solas en el balcón de la alcoba de Eulalia, y ya sonaban los clarines anunciando la proximidad del Rey, cuando Amalia, ¡plum!, le soltó el pistoletazo:
-Tu marido entretiene a una mujer, a una tal Fortunata, guapísima..., de pelo negro... Le ha puesto una casa muy lujosa, calle tal, número tantos... En Madrid lo sabe todo el mundo, y conviene que tú también lo sepas.
Quedóse yerta. Cierto que sospechaba; pero la noticia, dada así con tales detalles, como el pelo negro, el número de la casa, era un jicazaro tremendo. Desde aquel aciago instante ya no se enteró de lo que en la calle ocurría. El Rey pasó, y Jacinta le vio confusa y vagamente, entre la agitación de la multitud el tuturú de tantas cornetas y músicas. Vio que se agitaban pañuelos, y bien pudo suceder que ella agitara el suyo sin saber lo que hacía... Todo el resto del día estuvo como una sonámbula.